Todos quisieran hijos perfectos. De salud perfecta, de inteligencia perfecta, de carácter perfecto.
Pero eso no existe en este mundo. Todo ser humano tiene sus defectos.
Conocer nuestros defectos o debilidades no mata.
Nada ganamos con cerrar los ojos y creer que "aquí no pasa nada".
Y nadie mejor que los padres para identificar las debilidades de sus hijos. Notarlas no implica desaprobarlos, ni dejar de amarlos, ni humillarlos.
Cada uno vale mucho más que sólo sus aciertos.
Y los padres son los primeros llamados a dar ayuda a sus hijos, o a buscar la ayuda, de modo que conociendo sus debilidades empiecen a entrenarse para salir, lo más y mejor que se pueda, de ellas.
¡Cuánto sufrimiento se evitaría si los padres miraran con más serenidad los defectos de sus hijos y se pusieran manos a la obra !
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